Roberto César Frenquelli (Facultad de Psicología, UNR, Argentina)María Rosa Perelló de Frenquelli (Asociación de Psicoanálisis de Rosario, Argentina) Congreso de Medicina Social, La Habana, Cuba, 2000
El ejercicio de la Medicina navega entre los planos de la racionalidad científico técnica, que se impone necesariamente desde una demanda explícita que con cierta inmediatez reclama una evidencia operacional ajustada, y el de la irracionalidad, vinculada a los estratos más profundos de la mente, desde donde implícitamente, pero no menos firmemente instalada en los intersticios de aquella trama manifiesta, deja de producir sus efectos. Se configuran así las limitantes del llamado espacio de la relación médico paciente, dominio dinámico donde los actores citados no son otra cosa que la condensación, a modo de partes de un todo, en un cierto corte espacio temporal, de un complejo proceso histórico social. Condenados, como humanos al fin, a navegar entre la razón y la sin razón, el paciente y su médico, son productores y producto de un contexto que, en el momento de las urgencias dolorosas -tanto las del cuerpo, como las del espíritu, como las del medio-, parece diluirse dejándolos a ambos librados a sus suertes. Dependerá del Arte Médico destrabar, hasta donde sea posible, ese juego de determinaciones múltiples, que dispuestas en círculos cada vez más abarcativos, configuran lo que desde el lenguaje llano llamamos el enfermar y el curar. En los últimos cincuenta años del siglo XX, seguramente también desde antes inclusive, esta descripción se ha visto fuertemente influída por ese conglomerado aparentemente informe, que creciendo exponencialmente, impone su dominancia mientras se pasea naturalmente ante los ojos de los que, impávidos, solamente atinan a veces a llamarlos ingenuamente confundidos, “los nuevos tiempos”: las políticas neoliberales como fachada del Capitalismo Mundial Integrado. Globalización, desregulación, privatización, son palabras que nos toman de golpe, fuertemente sostenidas desde actitudes que declaman por la “utilidad”, por la “modernización”, por la tan ansiada llegada de mejores enfoques que vendrán a subsanar viejos vicios e ineficiencia. La salud surge así como promesa cercana desde lustrosos papeles de propaganda, cuidadosamente presentados por simpáticas jovencitas enfundadas en atrayentes sedas. Los pacientes, tomemos sus propios decires a modo de mejor prueba, “pertenecen” a nombres de fantasía, habitualmente cursis mixturaciones idiomáticas que ni siquiera tienen el aroma atrayente de los gestos populares. Desde relucientes tarjetas de plástico nos atestiguan sus identidades, “seriamente” respaldadas por siglas parecidas. “Ahora somos de...” nos dicen cartilla en mano, mientras nos preguntan “¿y ...ud. doctor, es de...?”. Patética conversación que muestra al mercado apoltronado en su cómodo sillón desde donde campea, sin problemas, en aquel contexto. Un único dueño, la punta del lápiz de sus contadores, mas la ayuda de sus marketing managers, han dibujado todo. O así pretenden. “Una misma coraza imaginaria recubre ahora el conjunto de las posiciones subjetivas” ha dicho con agudeza Guattari. Los médicos, ya fuertemente tendenciados desde sus orígenes, reciben una formación-deformación que los impulsa, a modo de condena, a aceptar que ellos “trabajan para”. Aceptando enfundarse en trajes de chillones colores con destacados logos que se imponen sobre sus arrasadas identidades a modo de tatuajes mediáticos. Lo que es peor, algunos salen corriendo como ratas por tirante, buscando “aggiornarse” a modo de nuevos empresarios esgrimiendo discursos más o menos sofisticados, en un burdo mecanismo que podría entenderse como un intento, vano por cierto, de identificación con el agresor. Dirigenciamiento, gerenciación, racionalización, son, entre otras, neopalabras que nos comienzan a rodear como mágicos resortes de un bienestar que no llega. El eje de la relación médico paciente comienza a pasar preferencialmente por estas entidades mercantilistas y sus iluminados: los así llamados “ingenieros prestacionales”. No se trata de arremeter contra la participación de otras disciplinas en la gestión en salud, en un desesperado esfuerzo por sostener privilegios de la antigua corporación médica, hoy en extinción. Se trata de evitar que la intimidad rica de ese ámbito naturalmente privilegiado pase a una escuálida versión. Al modo de las personalidades como si, hoy en Argentina los pacientes cambian de médico como de productos de supermercado. “El doctor no está más...”. Todo un esfuerzo de años de trabajo vincular queda abolido, como por arte de magia, siguiendo los dictados de un tráfico económico que no beneficia a nadie más que al poderoso. Supuestamente, la antiguamente llamada “libre elección del médico”, ha pasado a ser un imposible por el descontrol del gasto que ella implicaría, amén de las dificultades de control de gestión, etc.. Este argumento de las “prestadoras” tiene un insólito aliado en algunos cientistas de la medicina social que creen entender en la palabra “libre” resabios de viejas posiciones reaccionarias. Pienso sobre estos colegas, a quienes desearía ver reencolumnándose tras las auténticas banderas de la práctica médica, o que nunca han entendido el alma de la profesión que han elegido, o bien, lo que en el fondo sería casi lo mismo, que han sido ganados por aquella coraza imaginaria, que empareja a la vez que achata. Desterritorializados y desterritorializantes. Privados y deprivantes de identidad. Un proceso de anomia, de desubjetivación, de empobrecimiento de la más humana de las condiciones como la crítica reflexiva, cede paso a una corriente reduccionista, mal llamada biologista, impregnada de un cierto aire paranoide economista. Se ofrece un paradigma “maquínico” alienante donde las condiciones del trabajo médico son cada vez más tortuosas y deformantes. En estos días que nuestro ministro de salud ha salido a decir que nueve millones de argentinos padecen hipertensión arterial. Que en gran medida las situaciones de estrés vinculadas al deterioro socio económicos están en su base. Pensemos, entonces, los médicos en la gran ocasión que entonces tenemos, aún desde los míseros consultorios de los abandonados dispensarios barriales, de generar dispositivos de producción, de “espesamiento” de la subjetividad. Verdaderas situaciones potenciales para la heterogénesis, entendida como un proceso continuo de resingularización. Mientras tanto, las prácticas médicas actuales, alejándose de los modelos que intenten preservar la relación médico paciente como un valor, como una base segura para intentar una semiosis expansiva, que busque recomponer las prácticas sociales e individuales, seguirán remando en la impotencia irremediablemente destinadas al fracaso. Porque la carrera loca por ahogar todo con el medicamento, después del paso irremediable por las prácticas diagnósticas de “alta complejidad”, terminará generando a modo de una escalada geométrica, un monstruo incompatible con la vida. Mientras tanto es potestad de estos encuentros alzar su palabra en pos de la reivindicación de la preservación del espacio de la relación médico paciente, que rico en narraciones, intente develar esa trama singular de determinaciones histórico sociales que bulle en cada encuentro. De abogar por su mejoramiento a través de la revisión de las currículas médicas, de la generación de instrumentos que presten continencia y enriquecimiento a los profesionales de la salud. Reapropiándonos de este universo de valor estaremos en el camino de la reconquista de cierto grado de autonomía creadora que abrirá caminos a otras reconquistas. Se recuperará confianza en nuestra humanidad y en nuestros modestos, pero eficaces y disponibles, medios de transformación. .
He leído que el médico clínico podría ser visto como un “gate keeper” respaldado en los hoy llamados dictados de la “medicina basada en la evidencia”. El mismísimo caso del “perro del hortelano”, aquel que no comía ni dejaba comer. |