Psicofisiología - UNR

 
viernes, 28 de marzo de 2008
Menú principal
Inicio
Docentes
Editoriales - Historia
Biblioteca
Grupos especiales
Psicosomatica
Columnistas Invitados
Publicaciones
Galería de Imágenes
Novedades
Transparente
Pará Celso !!!
Enlaces
Cartas al Editor
Contactar
Buscar
Emilio Rodrigué PDF Imprimir E-Mail

Roberto C. Frenquelli

Image
Autógrafo que me dejó Emilio

"A Roberto, en un gran encuentro en Rosario. Ro/96"

 

 

Hace unos pocos días falleció Emilio Rodrigué. Tenía 84 años. Fue en Bahía, Brasil, donde vivía desde hace unos años.  

Bastantes tiempo atrás, en una noche del 96, estuvo por nuestra Facultad. Creo que no había estado nunca antes. O tal vez no. Tal vez ha estado muchas veces, con su duende especial, con su estilo especial.  

Todos los setentistas, porque no los sesentistas, lo recordamos. Lo primero que nos viene a la memoria es “Heroína”, aquella película con Graciela Borges joven. Esa mujer tan bella. Que protagonizaba a una chica, traductora en un congreso, tal vez de Psiquiatría. Alguien exponía la técnica de un recurso psicodramático, la de “grito primario”. La divina Graciela repetía casi al unísono con el expositor…, “…mamá…, mamá”. Cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Nuestra heroína caía en medio de una crisis de ansiedad. Todo se asociaba al núcleo central del film, muy cercano a la caída de los militares de Onganía. La caída de la joven, su cambio, se unía al cambio del pueblo en pos de sus esperanzas. Heroína fue escrita por Emilio.  

Pero también, desde luego, escribía sobre Psicoanálisis. Por entonces yo tenía como libro de cabecera “Psicoterapia del Grupo” (1957), en colaboración con Marie Langer y León Grinberg. Como fervoroso practicante de la psicoterapia grupal que era. También sabíamos de su “Fifty Thousand Hour Patient”(1969). Se había analizado en Londres, con una discípula de Melanie Klein, Paula Heinmann.  

Aquella noche lo trajo Dora Bentolila. Al menos así me pareció. No recuerdo a todos los que lo acompañaron en la mesa desde donde dio su charla. Recuerdo que mi amigo Jorge D´Angelo era uno de los comentaristas. Los que estábamos enfrente, en lo que se llama corrientemente “el público”, éramos muy pocos. Algo lamentable y frecuente en nuestra Facultad. Tan perdida en relación a las grandes tradiciones. Tan encontrada en los pequeños laberintos de las boberías.  

Lo escuché con devoción. Fue en el Aula 4. Ese inhóspito sitio, con poca luz, con pésima acústica. No teníamos casi nada mejor. Pero no nos importaba. Recuerdo mucho la emoción que sentía. Y bastante poco de lo que dijo. Salvo una cuestión: mencionó  lo que llamó “sus tres maestras”. Una era Paula Heinmann, otra una persona ligada a su estancia en Estados Unidos, cuando estuvo en Stock Bridge, aprendiendo sobre comunidades terapéuticas, me parece que era Susan Langer (no me confundo con Mimí Langer, téngalo por seguro). Y la tercera…, quién era la tercera maestra ?. Era la marihuana !!!. Tragué saliva. Tragué bastante.  

Y vino el final. Raro final. Tenía la sensación de que no lo volvería ver más. Ya era un hombre viejo.  Me quedaba el consuelo de leer el libro que se presentaba esa noche. Su gran “Sigmund Freud. El siglo del Psicoanálisis”.  Me acerqué con mi ejemplar de “Psicoterapia del Grupo”. Y mi sorpresa se redobló. Me dijo: “no me acordaba de este libro…”, “… no tengo ninguno en mi casa…”. Me ofrecí a enviarle una copia. No me alcanzó la generosidad para regalárselo. Ese libro era, y es, mío. Pero él, muy orondo, agregó: “no…, no te molestes, gracias, no quiero”.  Allí ya me sentí muy mal. Estuve cerca de pensar que era un histérico, un impostor. Me dije, “cómo es posible que haya olvidado un libro escrito por él mismo, un libro tan importante ?”. Algo inentendible para mí, antes y ahora.  

Por fortuna decidí rápidamente olvidar mis sorpresas, mis desencantos. Había entendido que cada uno habla con “su Freud”. De modo que opté, sobre la marcha, seguir hablando con “mi Rodrigué”. Sin marihuana, sin olvidar sus libros.  

Eduardo Pavlovsky escribió en el Página el día después de su muerte: “Te debo mucho, porque estar a tu lado siempre era vivir la experiencia de lo insólito, de lo intempestivo, de lo inesperado. De la experiencia vital”. Entonces me dije a mi mismo: “nada más cierto”. Y entonces pude escribir estas líneas.

 
Siguiente >
Desarrollado por Ludikalabs