Por Dante AlvarezFrancisco De la Mata
Siempre recuerdo aquella noche en cancha de Ñubel. Era casi verano, goleamos a Lanús. El descenso quedó atrás. Habíamos sorteado con éxito nuestro primer año en primera. Esperamos el 59 ya en 25 de Diciembre y Virasoro. Plenos de esperanzas, con sereno orgullo, volvíamos a casa. El tíoypadrino me contó que habíamos dado vuelta la cancha. “Así dan las medidas de la AFA, ahora corre distinto, está paralela a 27”. Yo ya sabía de las bondades de ese campo de juego. “Tiene mucha carbonilla debajo, por el ferrocarril…, por eso se puede jugar bien con lluvia…” me decía, explicándome con esmero. Yo estaba contentísimo. Aunque no entendía bien eso de haber dado vuelta una cancha. Yo solo sabía dar vueltas en bicicleta. Pero no me importaba nada. Total, lo mismo, veríamos a los grandes de Buenos Aires. Y si llovía, ya lo sabía, no pasaba nada. Casi mejor; “Indalecio las corre todas, y a los porteños no les gusta cuando los enfrentan con todo…, si el Gringo Cechini anda derecho, en el barro, ganamos”. Tíoypadrino, el “Gordo”, como le decía mi vieja, me aleccionaba contra el centralismo porteño de la mejor manera. La manera del fulbo. Al tíoypadrino le gustaba mirar los partidos bien al lado del alambrado. A mi no. Me cansaba estar tanto tiempo parado. El único beneficio de esa costumbre era que así lo conocí a Francisco de la Mata. “Ese es el hermano de Capote. Pateaba como una bestia”. Yo miraba a aquel hombre. Lo recuerdo callado, siempre hacia la cancha, casi sin moverse. Parecía que no miraba cerca. Miraba al horizonte. Un horizonte que era de él solo. Me lo imaginaba pateando aquellos cueros pesados, peor si estaban mojados, con algo de barro. Los cueros de antes, con tiento. Me ponía triste. Lo mismo que ahora mientras escribo. Me parece que ya sus ojos se posan en los míos. Solo que soy yo quien mira al horizonte. Mi horizonte propio. El de casi toda una vida. Me parece que Francisco de la Mata llegó a jugar en San Lorenzo. Me viene bien para seguir con lo que quiero contarles sobre el equipo de mis amores, sobre Córdoba. Me viene bien para no dispersarme. Es que tengo muchos recuerdos. No soy como el Loco Raccaro, que enfilaba derecho para el banderín del corner, soy más bien como el Trinche, que bordaba. Hasta que metía el estilete. Bueno, basta de comparaciones. Voy al grano. Era en el 59, como decía al principio. Nuestro segundo año en primera. Y vino San Lorenzo. Esa es la idea. Contar sobre un partido con uno de los grandes. Ellos salían campeones cada trece años. Ese año les tocaba. Venía el Nene Sanfilippo, ese petiso que ahora suele aparecer por la tele diciendo alguna que otra estridencia. Es que no hace más goles. Y entonces se las tiene que rebuscar como puede. Seguro, pobrecito, Sanfilippo fue siempre un oportunista. “No tiene otra cosa, siempre está ahí. Es como todos los porteños, vivos y nada más”, decía el Gordo, anticipándose a lo que todavía hoy podemos confirmar. Hubo un foul para ellos, que pateaban para el arco de 25 de Diciembre. Era muy cerca de la media cancha, casi sobre el lateral. Bien en la posición del “siete”. La posición de Facundo. Que era un tigre pateando. Me acuerdo que le pegó como venía, creo que Palminteri no puso barrera. La pelota entró junto al palo. Un golazo. Me parece que el cielo se puso más gris. Me parece que era un día gris. No, seguro que era un día gris, si ese día prácticamente descendimos. Perdimos 4 a 0. Siempre recuerdo aquella tarde. Muchos años después fuimos al Gabino Sosa con Franco, mi hijo. Corría el 2001, o el 2002, no recuerdo bien. Pero no importa tanto. Tíoypadrino había muerto poco tiempo antes. El mismo día de su muerte, casi como en un rezo laico, me había repetido el equipo con el que ganamos la Beccar Varela. Yo se lo pedía para ponerlo contento. Para ponerme contento. Recordaba íntegramente la formación. “Y Bartolomé Macías era el árbitro…” era el preciso remate de la historia. He visto ese penal inconcluso muchas veces, aunque nací en el 46. Esta vez, a mi gusto, mirábamos el partido en la Oficial, sentados, al medio, como yo disfruto más. Era un partido contra Morón, de noche. Hubo un foul para ellos. Pateaban para el arco de 25, igual que cuando contra San Lorenzo. La posición era casi la misma. El “tres” de ellos, medio porrudito, salió como bala para el lugar donde debían cobrar la infracción. Dispuesto a patear. Allí fue cuando le dije a Franco, “yo he visto un gol desde allí, lo hizo Facundo, era chico como vos, vine con el Gordo, con el Tío. Que también era mi Padrino”. Mi hijo contestó, entre cansado y tolerante con un “ufa…, ya sé que era tu Tío y tu Padrino…”. Y siguió mirando por su horizonte. La cosa fue que el tarado aquel, el porrudito de Morón, vaya uno a saber cómo se llamaba, le dio con un fierro. Y la metió. Igual que Facundo. Un tipo que estaba unos escalones más abajo me dijo: “Señor, yo también vi ese gol…, fue así, como Usted dice”. Sentí algo raro. Una mezcla de expansión del pecho, casi sin límites, junto con un estrechamiento, como un nudo, en la garganta. Y los ojos llorosos. Había vuelto a ver, como en vivo y en directo, aquella tarde gris del 59. Tuve la sensación de que el tiempo hacía una cabriola, que iba para atrás y para adelante, a la vez que se detenía en un único punto. Una rara y gozosa contorsión del alma. No sé que habrá sentido mi hijo. Pero logro darme cuenta que en ese momento mágico quedó sellado que el Tíoypadrino, yo y mi pibe seguiremos oteando el horizonte charrúa. Por los tiempos de los tiempos. El de todas nuestras vidas. Y ahora, aunque todavía medio tristón, estoy poniéndome cada vez más contento. Acompañado. Junto a Francisco de la Mata. Que con sus piernas cortadas sigue pateando cada vez más fuerte. |