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jueves, 22 de septiembre de 2011
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Ana María Zeno

Falleció el último día del mes de julio pasado. Conocí a la Doctora Zeno, como llamabamos, en el ex Hospital Freyre a fines de los años sesenta, principios de los setenta. Formaba parte del Servicio de Ginecología; recuerdo que estaba a cargo de la sección Patología Mamaria. Yo hacía mi Practicanato. Rapidamente, pese a mi juventud, supe valorar que era una docente distinta. Una mujer distinta. Que hablaba distinto de las mujeres y la condición humana. 

Años más tarde supe más de su ilustre padre, el Doctor Artemio Zeno, de su tío el Doctor Lelio. Y de todas las historias fundacionales de la Medicina rosarina, de la Política, de las Instituciones y  del Saber en general que se ligaban a esa familia.  Esa había sido la cuna de Ana María.

Fue defensora de los derechos de la mujer en tiempos difíciles. Seguramente una pionera. Seguramente sufrió mucho, tanto en lo social como en lo personal familiar. Era viuda de un Psiquiatra, el Doctor Luque Fraga; uno de los pocos rosarinos que estudiaron psicosomática con Carlos Alberto Seguin, en Lima, acorde a los comentarios que me hizo en una ocasión. Fue cuando participamos en una mesa sobre Disfunciones Sexuales junto a Fernando Premoli y Carlos Soto Payva en un Congreso sobre Medicina Familiar que se hizo aqui en Rosario. En esos preparativos asistí varias noches a su casa en calle Dorrego casi San Lorenzo; nos reuníamos en su biblioteca. Era muy firme pero acogedora. Lo mismo que simple y clara en lo que decía. Me pedía opiniones como si estuviera a su altura en experiencia y conocimientos. 

Fue ella quien me contó algunas cosas sobre Emilio Pizarro Crespo, el nunca bien ponderado iniciador del Psicoanálisis en Rosario. Pizarro Crespo había sido una especie de protegido en el mecenazgo de su tío Lelio. Recuerdo que me dijo "... tenía un rostro faunesco..., era muy notable su presencia..., lo veía cuando iba de mi tío".  Toda una cálida impronta de una personalidad llena de historia e interés por la vida. Luchadora, lúcida, apasionante, nos deja un precioso legado a ser cuidado. Con toda una nostalgia que será válida solamente si sabemos recuperar y reactulizar los valores eternos de este tipo de gente que por fortuna aloja esta ciudad. 

 

R. Cardenal Belarmino 

 

   

 


 

   

 

     

 

 

 
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