Sobre el final del primer año
ISSN 2422 7358

 

 Profesor Dr. Roberto C. Frenquelli

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"Rodrigo de Triana avistando América"
 

 

Sobre el final del primer año

Profesor Doctor Roberto Frenquelli

Aproximándose al final de primer año de vida el bebé nos va entregando una cantidad de cambios que asombran, alegran y, por qué no, también preocupan en el sentido de cómo ir acompañándole. Porque la crianza es eso, un acompañamiento mutuo, un aprender entre el niño y sus padres, también con el resto de su familia. Se configura un entorno cambiante, a veces contradictorio,  donde la alegría y el descubrimiento se mezclan con la incertidumbre y cierta angustia.

El bebé  ha triplicado su peso al nacer, en veloz sucesión ha pasado de reptar, después a gatear, hasta pararse y empezar a dar sus primeros pasos. Llegando a caminar, en algunos casos sin ayuda. Se para ayudado por el mobiliario, las paredes, las piernas de sus padres; cuando se las ve mal, se sienta con presteza y seguridad. Su colita da contra el suelo en grácil aterrizaje. El sistema propioceptivo motor logra proeza tras proeza. Junto al mismo, no podría ser de otra manera, la subjetividad palpita contenta.

Sus manitas son veloces, toman objetos pequeños; otros no tanto como ollas con sus tapas, botellas, sifones, zapatos, cajas, baldes, escobas, cepillos de barrer…, todo! Con sus índices, acusando ya la preferencia manual, son capaces de hurgar con la fruición de un científico cualquier agujerito. Sin embargo, tal vez como recuerdo fresco de los primeros meses, todo va también a la boca. Ese ámbito de conexión, de reconocimiento, de interiorización. Pueden recoger objetos mínimos desde el suelo, como migas de pan o restos de tierra de una maceta, tal vez de un resto de césped recién cortado. Todo pasa por esa aduana que es la boca. Claro que ahora también  saborea, olfatea,   tacta,  pesa, compara temperaturas… E intenta comer lo que venga!

Todos los botones, esos mágicos indicadores de controles remotos, computadoras, ojos de los peluches, teléfonos celulares, computadoras, scanners, encendidos de cocinas, microondas, radios y televisores son territorios encantados y encantadores para ellos. Rápidamente se anotician de las diferencias que se producen con el accionar de los mismos, pueden intentar una y otra vez pruebas de resistencia de materiales. Prenden y apagan constantemente a poco que uno no esté advertido.

Es el tiempo donde es menester tener “cuatro ojos” para cuidarlos. Los accidentes empiezan a ser un peligro concreto. Junto con el peligro llegan los caprichos y los berrinches; no son muy partidarios de renunciar al placer de empezar a moverse por el mundo, moviéndolo. Lloran desconsolados, patalean y gritan al ver que se les deniega algún objeto recientemente conquistado.

Sus índices indican claramente sus preferencias, no sin aire de aquel inolvidable Rodrigo de Triana cuando señaló avistando lo que después llamaríamos América. Lo que Freud describiera como “pulsión de dominio” se enseñorea en ellos. Como fuerte sentido de afirmación, de poder sobre el mundo que van descubriendo mientras lo construyen.

La boca les ha enseñado muchas cosas. Una de ellas es la de un espacio continente, desde el que  se puede entrar y salir. Una idea de cierta reversibilidad se les torna evidente. Es cuando prueban colocar dentro de una olla, de un vaso, de un cajón todo objeto que van encontrando. La repetición les resulta tan placentera que esos ejercicios se hacen constantes, sin evidenciar otro cansancio que no sea aquel que es dado por la llegada de un nuevo objetivo. Curiosos incansables, suelen mutar la atención con velocidad. Es una cuestión incesante por entrar en el espacio interior de los otros, al tiempo que éstos también ingresen al de ellos. Narcisismo de vida que los enciende inauguralmente en un proceso que tal vez no tarde mucho en trocarse en otro tipo de narcisismo, generador del odio ante la inevitable frustración.

Se les ha abierto un mundo a la mano, a la boca, a los pies. Todo el cuerpo se les erotiza, mientras se va integrando. Tal vez vaya sucediendo aquello del pasaje de “un nuevo acto psíquico”, según la sentencia freudiana que señala la transición desde el autoerotismo al narcisismo.

Exploradores por antonomasia, no paran nunca. Es cuando sus madres les dicen “por dios, cuándo vas a parar!”; un ruego en pos de un respiro para tener unos minutos como para peinarse, levantar lo disperso por los pisos, lavar la ropa, planchar. Y si es posible, darse un baño y cumplir con otros menesteres no menos necesarios.

Sus manitos señalan lo que sus ojos atesoran de antemano. Deseos de posesión que van encarnándose en una malla intersubjetiva primaria que será matriz de matrices, postura de otras posturas en el devenir. El lenguaje se asienta sobre las imágenes de todos los sentidos al compás de un “echeee…”, como susurro intenso y prolongado. “Ese…” ese objeto es tal vez él mismo, su propiedad.

La lengua, los labios, el paladar, las incipientes arcadas dentarias, los carrillos van sonorizando los complejos de emoción acción que sustentan el lenguaje digital, aquellos que constituyen sus genuinas fuentes, configurando síntesis semántico-sintáctico-pragmáticas. Atrás van quedando el gorgeo, el canturreo y los trinos de los primeros meses. Un conjunto creciente de vocales y consonantes se van probando ante la algarabía del propio bebé y su comedida audiencia. No hay dudas de que va naciendo, in crescendo, la captación de uno por los otros y viceversa. Una densa malla relacional vincular se va tejiendo al calor de la pasión.

El niño se alimenta poco a poco de manera diferente. Incorpora con los sólidos otras texturas y sabores, pide diferentes comidas y bebidas. Sus gestos ponen en cierto lenguaje gestual mucho más en evidencia los músculos de la mímica. El agrado, el desagrado, la voracidad incorporativa y el desprecio por lo que le disgusta van tomando sus sitiales. El mundo se va cualificando diferente.

Le cuesta dejar la conexión con la realidad. A esta altura muchos chicos son muy resistentes a abandonar la vigilia y la acción. Suelen caer rendidos, les cuesta entrar en el dormir y el soñar pues no quieren abandonar el placer  al que constantemente aspiran despiertos.   Otros, más tranquilos, menos activos, descansan dejando descansar algo más a sus cuidadores.

El destete, si no se ha concretado, se insinúa en medio de una ecuación familiar que siempre tiene rasgos particulares, no exentos de los dictados de las épocas y ciertas modas. Lo mismo que el abandono de la pieza de los padres, de la preciada “cama grande”, de la opción del  colecho.

Juega, baila, reconoce canciones y jingles televisivos. No conoce, o bien conoce poco el no. Los peligros, como los del precipicio visual le resultan un tanto lejanos todavía. Algunos, según el terreno donde vivan cotidianamente, son muy afectos a las escaleras. Que empiezan a dominar en subida con gran eficiencia. No es el caso del descenso, que les resulta bastante complicado; al punto de querer bajar intrépidamente a riesgo de lesionarse. De todos modos, estos desempeños dependen de la co coordinación que se va estableciendo entre el niño y su entorno, bajo el influjo de la estimulación. Como todo en su pequeña y gran vida. Esa que está a punto de coronar una primera etapa, fundamental para el resto de su historia. Mejor dicho, de su novela familiar.