Psicofisiología - UNR - ISSN 2422-7358

 
domingo, 17 de octubre de 2021
Inicio
Docentes
Editoriales - Historia
Biblioteca
Grupos especiales
Psicosomatica
Columnistas Invitados
Publicaciones
Galería de Imágenes
Novedades
Transparente
Pará Celso !!!
Cartas al Editor
Marcos Juárez
Enlaces
Buscar
Blogs
Columna del ex Profesor
Usuarios





¿Recuperar clave?
¿Quiere registrarse? Regístrese aquí
Destacamos
El tono muscular PDF Imprimir E-Mail

 ISSN 2422 7358

Un cruce entre lo profundo y lo temprano

Prof. Dr. Roberto C. Frenquelli

Image 

I

 

ISSN 2422 7358

 

NeuroPsicología y Psicología del Desarrollo

 

El tono muscular

Un cruce desde lo profundo y lo temprano

Profesor Roberto C. Frenquelli

 

“Saber mirar un bebé es poder reconocer en lo que vemos de su cuerpo y su conducta de qué manera se están escribiendo las marcas del Otro sobre ese real orgánico en particular. Y es también poder intervenir sobre eso, sabiendo que en definitiva las marcas las ponen los padres, pero que el profesional que interviene no es ajeno a la dirección y firmeza con que la mano del Otro inscribe los trazos.

 

Para acotar la subjetividad de nuestra mirada, e incluso para saber qué mirar sin buscar de antemano nada en particular –“atención flotante”, podríamos decir- es preciso haber trabajado ampliamente el conocimiento que la ciencia (desde la neurología hasta la psicología y el psicoanálisis) en sus mejores versiones, ha acumulado al respecto.

 

Los aportes del psicoanálisis –en especial lo relativo a los tiempos de constitución del sujeto, transferencia y dirección de la cura – son imprescindibles para articular una clínica de bebés que resulte eficaz pero, por otro lado, hace falta el estudio de otras disciplinas para saber qué mirar.

 

Sólo teniendo cabal idea de cuales son los tiempos del desarrollo y de qué manera se van presentando, es posible saber si es para preocuparse o no, por ejemplo, que un bebé no sea capaz de mantenerse sentado, o de sostener un chiche en cada mano, o de elevarse por sí solo sosteniéndose de los barrotes de la cuna, o de desplazarse por el piso en la búsqueda de un juguete que se le escapó, o de tantos otros datos cuya ausencia o cuya presencia puede ser signo de un problema, un alerta a tener en cuenta, pero cuyo valor o significación sólo podrá relevarse en el conjunto de la estructura a ser considerada, incluyendo para esto tanto el quehacer del pequeñito, como el discurso de los padres, como el propio dato en las transformaciones  (o no) de su devenir.

 

En la observación de lactantes la mirada del profesional se organiza desde la ética que lo atraviesa en la dirección de la cura, pero para eso debe haber sido alimentada previamente con la información necesaria – información que no se obtiene en la formación como analista, sino en las otras disciplinas que se ocupan del desarrollo en sus primeros tiempos (neuropediatría, psicología, psicopedagogía, fonoaudiología, lingüística, psicomotricidad y otras). A su vez, en la intervención con bebés, las premisas de la clínica psicoanalítica son esenciales para que toda esa información que hace a la formación necesaria, no se interponga como obtusa pantalla entre la mirada del profesional y el bebé”[1]

 

Comenzamos este tema invocando la reconocida palabra de Elsa Coriat. Una psicoanalista dedicada a la infancia, de innegable estirpe: es la hija de la gran Lidia Coriat, la neuróloga que bien puede ser considerada una de las piedras fundamentales del neurodesarrollo en nuestro país. Podría extenderme en algunas consideraciones sobre su decir. Pero prefiero no hacerlo. Mejor que cada uno de ustedes, lectores, entren en diálogo con ella. Basta y sobra para mis intenciones como Profesor de esta cátedra, buscando dejar algunas ideas acerca de nuestra transmisión, que incluye necesariamente nuestro modo de entender el proceso enseñanza aprendizaje.

 

Vamos entonces al tema de este capítulo.

 

Tomamos conciencia del tono muscular en diversas situaciones. Por supuesto, como fenómeno absolutamente reflejo que es, casi siempre pasa como desapercibido. Una dramática situación, la de un desmayo, nos anoticia de este fenómeno nervioso fundamental. Vemos cómo una persona joven, absolutamente sana, se desploma aparatosamente cayendo al suelo ante el estupor de los que la rodean. Tal vez lo hayan visto en un laboratorio de análisis bioquímicos, cuando alguien es sometido a una extracción de sangre; tal vez en algún momento especial, como en una ceremonia fúnebre, si quieren en una más alentadora circunstancia, como puede ser una graduación. Siempre al calor de una emoción intensa, el desmayo, tan ruidoso como benigno, nos ha mostrado “en vivo y en directo” las consecuencias de la caída del flujo sanguíneo cerebral por lo que se conoce como “crisis vagal”. La hiperestimulación del X par craneal, el Nervio Vago, lleva a una acentuada hipotensión y bradicardia, responsables del desmayo, con abolición transitoria de la conciencia y disolución del tono muscular. La persona cae “como caldo del quinto piso”; si quieren decirlo en un argot menos antiguo, “como una bolsa de papas”. Al llegar al suelo, mientras los despavoridos asistentes claman por un médico, nuestro circunstancial héroe se repone. Lentamente recupera sus colores, comienza a preguntar qué cosa ha sucedido, vuelve  la tranquilidad general. “Sentí que me iba..., qué susto!...”, “siempre me pasa cuando me extraen sangre...”. No faltará quien entre comedido y desubicado le recomiende comenzar su análisis personal para que ejercite aquello de “ver qué te pasa...”. Tragedia más, comedia menos, el desmayo simple de una persona joven no suele pasar de esto. Lo que nos debe quedar en la mira, al menos ahora, es el fenómeno de la disolución del tono que acompaña a la pérdida del conocimiento.

 

Nuestra postura depende del tono muscular. Por eso se lo considera la base de la llamada motilidad estática. Para Sherrington el tono es esencialmente actividad postural. Los músculos no funcionan produciendo trabajo mecánico, sino como aparatos fijadores de los segmentos óseos y cartilaginosos del cuerpo.

 

Por cierto que el ejemplo del desmayo no es el único para objetivar la naturaleza del tono muscular. Hay muchas otras situaciones donde es dable percibirlo. Una de ellas, mucho más simple y cotidiana, es cuando le damos la mano a una persona. Resulta fácil distinguir un cierto estado de semicontracción permanente de sus músculos. Sin saber estrictamente cómo llamarlo, solemos decir “esta vez me dio la mano de otra forma..., estaba tensa”; o por el contrario “parecía un flan..., no podía sostenerse”. Evidencias incontrastables de lo que llamamos hipertonía e hipotonía. Lo mismo si atendemos a la expresión facial dura, rígida, “de hielo” de ciertos estados emocionales, en contraste con la de aquellos momentos de distensión donde se nos ofrece una cara rozagante, distendida, feliz; o también la que acompaña a estados de introversión y ensimismamiento donde sólo puede leerse una floja sensación de “nada”, vacío y lejanía.

 

Nosotros mismos, cuando hemos aprendido a dirigir la atención a nuestro cuerpo, “a saber leerlo”, tenemos la evidencia de estar contracturados, tiesos hasta el dolorimiento, en oposición a la placentera sensación del relajamiento, de una paz que desde los músculos nos avisa de cierta armonía. Es también cuando vemos dormir a nuestros hijos, como los beatos, despatarrados, extendidos hasta vaya uno a saber qué confines de sus noveles existencias, cual angelotes del cielo, en estado de gracia.

 

El tono muscular, como actividad refleja, es automático, no conciente. Es puesto en juego por la propiocepción, es decir aquella sensibilidad interoceptiva que nos informa de la posición de nuestro cuerpo en el espacio, del estado y relación de los distintos segmentos que lo componen. Lo propioceptivo está eminentemente ligado a lo vestibular. La rama vestibular del VIII par craneal, llamado Nervio Acústico Vestibular, se ocupa de lo atinente al  equilibrio y la postura, en conexión con el Cerebelo. Interviene en la coordinación de ambas mitades de nuestro cuerpo, en la coordinación del movimiento estático y dinámico. En estar quieto en diferentes posiciones, en estar moviéndonos en los tres planos del espacio; en el caminar, el correr, el saltar; en la ejecución de cualquier gesto, desde un simple saludo hasta ejecutar virtuosamente un instrumento musical.

 

Hablamos, tal vez con más propiedad, de lo propioceptivo – vestibular. Es esa cualidad estimular la que pone en marcha las contracciones musculares propias del tono.

 

La contracción muscular tiene que ver con el estiramiento. La unidad elemental del tono es el simple reflejo medular; que por supuesto no es tan simple. Se lo llama “simple” porque suelen intervenir en él pocas sinapsis. Sin embargo, una súper fina estructura subyace a cualquier reflejo como el rotuliano. Los músculos tienen unos receptores especiales, como los llamados “husos musculares” y los “aparatos tendinosos de Golgi” que informan a las neuronas del asta anterior (las motoneuronas medulares) acerca de la intensidad de la contracción que es menester para sostener, por ejemplo, la bipedestación. Para lograr estar parados tenemos que contar con la necesaria contracción de los músculos extensores, antigravitatorios. Más la colaboración, sinérgica, de los flexores, que deben ceder ante la acción de sus oponentes extensores. Por eso, cuando un niño de unos doce meses se para sobre sus pies, asiste gozoso a uno de los días más significativos de su vida. Es cuando se apropia de lo que Freud llamó “pulsión de dominio”, es cuando con cierta justicia todos nos hemos sentido como Alejando Magno mientras divisaba desde las alturas su “Magna Grecia”.

 

Estar parados, sentados, acostados. Toda postura tiene su basamento en el tono muscular. Cualquier gesto de la motilidad dinámica debe asentar sobre la motilidad estática, la del tono. El buen jugador de golf sabe del tono ideal para un buen golpe. Generalmente no es conveniente ponerse “durito” como un muñeco de torta. El golpe ideal sobreviene cuando los músculos alcanzan una contracción óptima que permite la mejor destreza. No hace falta jugar golf para saberlo. También se conoce desde cualquier otra experiencia, como la de saludar, la de cortar el asado, armar cigarros, hablar en una clase pública, bailar, besar.

 

Quién no ha experimentado el tono tembloroso del primer beso? Ese tono anhelante que después, en los casos afortunados, ha llegado a la dulce distensión de disolvernos en el transparente y dorado remanso del encuentro afortunado. El encuentro del amor logrado. Allí, primero que nada, está el tono muscular.

 

El concepto de “pulsión de dominio”, más específicamente “de apoderamiento” como la llaman Laplanche y Pontalis en su diccionario, no sólo tendría que ver con control y destrucción del objeto. Como supondría su adhesión al sado masoquismo. Es bien posible considerarla como una saludable tendencia del niño a su integración, al apropiamiento de su cuerpo, al entendimiento de sus capacidades para moverse en el mundo, a lo que algunos han llamado “narcisismo trófico”.

 

El tono muscular es uno de los primeros argumentos del amor. Y también del odio. Está infiltrado hasta los tuétanos de la emoción, esa variante de la actividad cerebral que atraviesa todos los modos sensoriales y motores, por eso se la denomina  como “transmodal”.

 

Barraquer Bordas lo define como “un estado de tensión permanente de los músculos, de origen esencialmente reflejo, variable, cuya misión fundamental tiende al ajuste de las posturas locales y de la actividad general, y dentro de la cual es posible distinguir de forma semiológica diferentes propiedades”.[2]

 

De todos modos, también podemos pensar al tono muscular como un aprendizaje. Es decir como un cambio más o menos estable frente a situaciones contextuales más o menos estables. Todo el funcionamiento cerebral, tanto en lo somatosensitivo como en lo visceral,  va modificándose de manera que el tono va variando acorde a los ajustes ambientales necesarios. Hablábamos antes de la trayectoria del primer beso hasta el amor consumado. Si es que alguna vez se termina de consumar... Pero aceptemos que el beso, ese derivado del comer, implica un proceso, un aprendizaje. Lo deseado, lo prohibido, lo permitido, lo posible, en suma todas las contingencias de la vida van armando ese tono muscular. Esa actitud.

 

Actitud puede definirse como cierta tendencia a percibir y reaccionar en un determinado sentido. Es una postura corporal, que siempre acompaña a un cierto ánimo, a cierto estado del alma. Estado del alma que supone una valoración, una implicación subjetiva, en cierto sentido estable. Aunque dispuesta a cambiar, según y conforme a las contingencias.  Hay quien ha dicho, “nada puede integrarse realmente al ser, sin pasar primero por lo tónico emocional”.[3]

 

Cuando he citado a Barraquer Bordas, un eminente neurólogo catalán que tanto ha trabajado en este tema, mencionamos la semiología. En este caso aquella no tiene que ver exclusivamente con la semiótica, sino con la recolección y valoración de datos en la clínica, en la valoración de lo normal y patológico. En la recolección de signos de estirpe física corporal, como el gesto, la mímica, la entonación y, por supuesto, llegando al discurso en su plenitud. Esa semiología que tanto enseñaron los franceses, impostergable para todo estudioso de la psicología y la psicopatología, la de los grandes psiquiatras franceses. A quienes tanto les debe el mismísimo Psicoanálisis.

 

Ustedes tendrán ocasión de “hacer semiología” en los trabajos de observación. Las variaciones del tono en el primer año de vida son notables. Atenderán a la consistencia de las masas musculares, tomando a mano plena las masas de los deltoides, los bíceps o los gemelos del bebé. Por lo general es uniforme. Lo mismo harán con la pasividad directa o resistencia al movimiento, donde es notable la resistencia del plano extensor cervical; este plano es menos pasivo que el flexor; el bebé logra mejor la flexión que la extensión del cuello. En cambio en los miembros predomina la flexión. También buscarán la pasividad indirecta, movilizando desde lo proximal algún segmento, por ejemplo de las extremidades, notando el bamboleo que se produce en las manos al agitar suavemente la raíz del brazo cerca del hombro. Lo mismo con la extensibilidad, que mide la elongación que sufren los músculos, tendones y ligamentos cuando son alejados pasivamente de sus puntos de inserción. Todo esto tiene enorme importancia a la hora de valorar la maduración. Pero, como quedó dicho, también la emoción que porta ese niño, no solamente por “cómo es visto”, sino también “cómo se siente”. Es lo que Ajuriaguerra recapitula con la noción de “diálogo tónico”, como otro lenguaje, el de los afectos, cómo se expresa, cómo se siente habitando su cuerpo junto a los otros.

 

El tono muscular es revelador de quién es, de quién será ese niño. De cómo se observará mientras observa el mundo, siguiendo las profundidades de las cuales ha devenido Sujeto.

 

Desde luego queda mucho por decir. Pensemos, solamente, en lo que tiene que ver con el tono y postura en la Tercera Edad, un tema que por su trascendencia será tomado en forma específica más adelante.

 

A esta altura, terminando este tramo, me queda por señalar algunas lecturas posibles, que no deben ser consideradas meramente como ampliatorias, sino también extendiendo los conocimientos necesarios para un Psicólogo:

 

“Las bases neurológicas de la maduración psicomotriz”, de Lidia Coriat, Editorial Hemisur, Buenos Aires, 1974.

“El primer año de vida”, de Verónica Toresani y Mariel Gigli, en “Los primeros años de vida. Perspectivas en Desarrollo Temprano”, Roberto Frenquelli (compilador), Editorial Homo Sapiens, Rosario, 2005.

 

“Semiología Médica Ampliada”, de Roberto Frenquelli, en /index.php_option=com_content&task=view&id=965&Itemid=31

 

“Cuerpo, función tónica y movimiento en Psicomotricidad”, de Miguel Sassano, Editoriales Miño y Dávila, Buenos Aires, 2014.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Tomado de “La observación de lactantes en la clínica con bebés”, en “Actualidad Psicológica – Observación de bebés”, Buenos Aires, Año XXXIV, Nro. 381.

 

 

 

[2] En “Neurología fundamental”, vol I; Editorial Toray, Barcelona, 1968.

[3] Se trata de André Lapiere, citado En “Cuerpo, función tónica y movimiento en Psicomotricidad”, Miguel Sassano, Miño y Dávila Editores

 

 
< Anterior   Siguiente >
ISSN 2422-7358 - Desarrollado por Ludikalabs