Carta al amigo Roberto Cataldo, de la Libreria Anticuario El Galeon, de la Ciudad Vieja de Montevideo Querido Tricolor: La selección argentina pasea por Montevideo poco antes de la final del 30
Aprovecho esta tarde de sábado para reanudar el dialogo. Te voy a contar una historia de fubol. Como dicen ustedes, "fubol". Me encanta esa pronunciación. Cuando estuve allá la empleaba; me di cuenta que era sinónimo de pertenencia. Algo fijado en el habla, en el corazón de ustedes. Acá solía decirse "fobal", también "fulbo". Yo suelo usar esta última variante. Lo siento así. La cuestión es la siguiente. Cuando fui entrando en la adolescencia había unos pibes algo mas grandes que yo que solían reunirse en la esquina de mi casa. En los veranos, a la noche, después de comer - nota que nosotros "comíamos a la noche", no "cenábamos" - los pibes se reunían en España y La Paz. Mi viejo "salía a la puerta" un rato, fumaba. Y me dejaba ir con "los grandes". Tenían un equipo de fubol. Se llamaba Universo. La camiseta, de pique, era parecida a la de Racing de Avellaneda. Las lavaban en forma alternada cada una de las viejas de los players. Yo nunca llegue a jugar para Universo. Una vez estuve a punto. Siempre faltaba uno, que invariablemente era el once. Armaban el equipo de atras para arriba. Fatalmente quedaba vacío el lugar del once, a veces también el diez. Era un fubol ordenado, no como ahora que cualquiera tiene cualquier número. Como era "muy pibe" no me pusieron. Al final jugo Aníbal, un morocho que vivía al lado de mi casa, en el pasillo. Aníbal, ahora lo puedo decir, era un muchacho poco favorecido por la genética. En aquel entonces era "un tontito". Pero era bueno, no tenía maldad. Vivía con su "mama", tenía un hermano mayor que se llamaba Godofredo. Un nombre terrible..., que tal vez hoy ubicaría en alguna opera de Wagner. Como no sabia nada de alemanes ni de música, me contentaba saber que el hermano de Aníbal, aquel improvisado once, estaba enganchado en la Marina. Esa fue mi gran frustración en el deporte de las multitudes. No haber jugado en Universo. Te cuento como formaba aquel extraordinario team. Al arco estaba el Polo Urriticoechea, vasco por supuesto, trabajaba en una farmacia del centro, era el mas grande; abajo estaban Lauchín Scordamaglia y el Rubén Lagruta; después venían Carlitos Sciangula, Banchini - que estudiaba en el Politécnico y apuntaba para ingeniero, después tuvo la primera Siam standard del barrio - y el Negrito Pacienza, que era primo de Lagruta y estudiaba en la Facultad de Exactas. Adelante teníamos problemas; solía jugar de siete el Negro Celoria, de ocho "Salsarrica" Sansarricq - cuyo apellido franchute era indescifrable para los muchachos -, el nueve podía ser "Arpayú" - que era el único casado, con una mina petisa retacona que usaba unos tacos altos de corcho cuyo ruido sobre las veredas todavía recuerdo -... , el diez y el once, ya te dije, a veces ni figuraban. Jugaban en la "Cancha de Palo". Un baldío que para mi estaba lejos. Un lejos que hoy, de la mano de la geometría de un sexagenario, representan unas cuatro o cinco cuadras. Se llamaba así por que en el medio de su superficie absolutamente pelada, casi sobre la posición del ocho que atacaba hacia el arco del sur, tenia un larguirucho poste de luz que jugaba para quien el quería. Algunas veces para unos, otras para otros. Según los caprichos de la física, la pelota iba para un lado o para otro. Y según los caprichos de las jugadas, favorecía a uno u otro que anduviera por allí, justo por donde salia el balon. Igual que en el penal del negrito de Ghana. Si iba cinco centímetros abajo, a esta hora estarían pensando en otra cosa. Abreu no hubiera pateado ese extraordinario penal. Tampoco Forlán seria el mejor player del ecuménico evento. Yo tampoco seria lo que soy si mi viejo no me hubiera acompañado aquellas noches cuando iba a las interminables preparatorias para los sábados cuando jugaba Universo. Todo un universo de sensaciones que pueblan mi alma. Felizmente, para mi, descarto que también para vos, todo esto es mucho mas que la hombría de los celestes, la hidalguía del Maestro, el fracaso de los albicelestes o la tonta soberbia del Diego. Mi frustrado paso por aquel cuadro que llevaba los colores del equipo del que mi vieja era hincha, resulta ser esta tarde uno de mis grandes recuerdos acompañantes. No vamos a hacer cuestiones por cinco centímetros. Al menos si de las dimensiones del arco se trata. Tampoco del poste aquel en la Cancha de Palo. El destino del balón es contingente. Lo que es necesario es el fubol. Hoy estamos en la esquina vos y yo. Los muchachos ya vienen. Después del partido nos vamos para el Sol de Mayo, aquel cine de Pellegrini y Corrientes, donde daban cuatro peliculas. Ninguna "de amor". Todas de valientes. Godofredo no viene, esta navegando. Anibal, tampoco por que la mama no lo deja volver tarde, ademas de que son pobres. Todo gracias al fubol. Fubol que seguirá estando, como la esquina, después que nos vayamos a jugar a otra cancha. Esa que no sabemos como es. Dante PS: Cualquier parecido de este relato con la fantasía es pura realidad. Todos los personajes citados son verdaderos y tienen todo el derecho a reclamar por sus sueños. |